Cuando leo los cómics de la Enriqueta, la sensación de pertenencia y comprensión se elevan a niveles que nunca conocí (ni siquiera cuando leo un buen libro), me dejan en un estado pensante y sonrisas que solo alcanza una canción, y me remueve un poco el corazón o el alma, no sé qué en realidad.
Cuando leo los cómics de la Enriqueta, me acuerdo de mí cuando tenía siete años, pasándome películas acerca del futuro con mi oso Willy y mi miedo desconsiderado a los gatos, la llegada de mi hermanito y las constantes peleas con mi hermana; el fiasco de zapallo italiano junto a las guatitas de chicle de mi mamá (nunca más) y las corbatitas con salsa o los fideos con crema.
Cuando leo los cómics de la Enriqueta, soy yo y el mundo, o el mundo es yo... no sé.
Viajo el centro, me devuelvo y viajo de nuevo, así no más.
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