
La noche, fiel compañera, escucha sus sueños y anhelantes deseos… Anoche lo imaginaba, caminando hacia ella con su objetivo claro en la mente, no hay nadie que se interponga entre ellos, están solos, aunque las miradas de los otros les digan lo contrario; esta tarde no importaba quienes eran; son tan solo dos almas en movimiento por los instintos animales que los inundan y ahogan.
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Su paso era rápido y decidido, y sin más, tomó su cintura, la miró de esa forma tan distinta, que solo le ofrecía cuando estaban a solas, y la besó… no fue un beso tierno y dulce, no, fue un beso pasional y posesivo, que le indicaba a todos que era suya y él era de ella... ¿cómo luchar contra eso?
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Se separaron, volviendo de a poco a la realidad que los rodeaba… Algunos los miraban sonriendo, otros, sin ninguna expresión, y aquellos que no se sentían a gusto, desviaban la mirada… pero ¿y qué? La tomó de la mano y se alejaron, salieron del recinto que los albergaba donde comenzamos a caminar, la pequeña plaza que habían visto antes de llegar les ofrecía un banco en un lugar oscuro, dentro de las luces de la plaza, cerca de un almacén. Se sentaron, no alcanzaron a decir palabra, ambos se besaban de forma ardiente, sin importar el lugar, recorría su cuerpo de forma ávida y experta, conocía su templo tanto como ella conocía el suyo; que no tardó en volver a descubrir; masajeaba su pecho, delicado pero a la misma vez posesivo. Se dirigió a su cuello, el cuál marcó sin delicadeza, era de él, y ella lo sabía, le encantaba que él la tuviera de aquella forma, que todo resultara tan prohibido para ambos, que tuvieran que esconderse para poder poseerse cuando sus cuerpos les pedían deseo y contacto. Así encendían cada llama de sus cuerpos, lo que hacía que su entregara fuera duradera y a prueba de balas. Sin embargo antes de eso, no eran mucho más que conocidos… Se habían visto en una tienda de discos, donde al principio se habían ignorado, pero al chocar y regar las bolsas de sus compras, se notó el deseo a primera vista; esa sensación que te invade cuando se está con la persona que sería capaz de hacerte tocar el cielo con las manos. Intercambiaron teléfonos, para luego verse dentro de algunos días. Primero fueron mensajes, propuestas, dedicatorias y deseos; segundo… contacto. Se besaron, se quisieron y se entregaron, conocieron a los amigos en común sin ser nada, tan solo amigos, hasta esa noche donde se demostraron que eran propiedad del otro…
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La pequeña plaza los sostenía, ¿en qué momento la situación había cambiado? Ella estaba sentada sobre el, presionando el bulto entre sus pantalones, mientras el jadeaba ante tal contacto: movía sus caderas despacio, provocando aquella tortura que hacía que él deseara hacerla suya en ese instante y por siempre. Pero él no se quedaba atrás, acariciaba su espalda y apretaba su cuerpo contra él para poder sentirla, sus pechos, chocaban con su torso casi dolorosamente, necesitaba quitarle aquel estorbo de blusa que la cubría, aunque claro, sabía que aquel escote tan provocador había sido pensado para él, para que tocara y sintiera cuánto quisiera; pero no puedo quitársela, no quería que nadie más viera lo que era suyo, lo que por piel le pertenecía. La falda, la condenada falda que cubría su templo lo hacía volverse loco, sus piernas desnudas se aferraban a sus caderas, fuerte, deseosa de sentirlo…
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- Ana… Despierta Ana, tienes que ir a clases… - Ana abría los ojos, sudorosa, y cubierta de mantas, su pijama estaba mal puesto, y su cabello mojado. – Si no te secas el cabello en las noches te enfermarás…
- Lo siento, Lucy… - murmuró. Su amiga se retiro. Ana toco sus labios y sonrió - Romeo… - para comenzar a vestirse lentamente, sin dejar de tocarse.
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Su paso era rápido y decidido, y sin más, tomó su cintura, la miró de esa forma tan distinta, que solo le ofrecía cuando estaban a solas, y la besó… no fue un beso tierno y dulce, no, fue un beso pasional y posesivo, que le indicaba a todos que era suya y él era de ella... ¿cómo luchar contra eso?
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Se separaron, volviendo de a poco a la realidad que los rodeaba… Algunos los miraban sonriendo, otros, sin ninguna expresión, y aquellos que no se sentían a gusto, desviaban la mirada… pero ¿y qué? La tomó de la mano y se alejaron, salieron del recinto que los albergaba donde comenzamos a caminar, la pequeña plaza que habían visto antes de llegar les ofrecía un banco en un lugar oscuro, dentro de las luces de la plaza, cerca de un almacén. Se sentaron, no alcanzaron a decir palabra, ambos se besaban de forma ardiente, sin importar el lugar, recorría su cuerpo de forma ávida y experta, conocía su templo tanto como ella conocía el suyo; que no tardó en volver a descubrir; masajeaba su pecho, delicado pero a la misma vez posesivo. Se dirigió a su cuello, el cuál marcó sin delicadeza, era de él, y ella lo sabía, le encantaba que él la tuviera de aquella forma, que todo resultara tan prohibido para ambos, que tuvieran que esconderse para poder poseerse cuando sus cuerpos les pedían deseo y contacto. Así encendían cada llama de sus cuerpos, lo que hacía que su entregara fuera duradera y a prueba de balas. Sin embargo antes de eso, no eran mucho más que conocidos… Se habían visto en una tienda de discos, donde al principio se habían ignorado, pero al chocar y regar las bolsas de sus compras, se notó el deseo a primera vista; esa sensación que te invade cuando se está con la persona que sería capaz de hacerte tocar el cielo con las manos. Intercambiaron teléfonos, para luego verse dentro de algunos días. Primero fueron mensajes, propuestas, dedicatorias y deseos; segundo… contacto. Se besaron, se quisieron y se entregaron, conocieron a los amigos en común sin ser nada, tan solo amigos, hasta esa noche donde se demostraron que eran propiedad del otro…
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La pequeña plaza los sostenía, ¿en qué momento la situación había cambiado? Ella estaba sentada sobre el, presionando el bulto entre sus pantalones, mientras el jadeaba ante tal contacto: movía sus caderas despacio, provocando aquella tortura que hacía que él deseara hacerla suya en ese instante y por siempre. Pero él no se quedaba atrás, acariciaba su espalda y apretaba su cuerpo contra él para poder sentirla, sus pechos, chocaban con su torso casi dolorosamente, necesitaba quitarle aquel estorbo de blusa que la cubría, aunque claro, sabía que aquel escote tan provocador había sido pensado para él, para que tocara y sintiera cuánto quisiera; pero no puedo quitársela, no quería que nadie más viera lo que era suyo, lo que por piel le pertenecía. La falda, la condenada falda que cubría su templo lo hacía volverse loco, sus piernas desnudas se aferraban a sus caderas, fuerte, deseosa de sentirlo…
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- Ana… Despierta Ana, tienes que ir a clases… - Ana abría los ojos, sudorosa, y cubierta de mantas, su pijama estaba mal puesto, y su cabello mojado. – Si no te secas el cabello en las noches te enfermarás…
- Lo siento, Lucy… - murmuró. Su amiga se retiro. Ana toco sus labios y sonrió - Romeo… - para comenzar a vestirse lentamente, sin dejar de tocarse.
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